Nieve y dientes

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La nieve ocultaba Tebas por todas partes, densa y suave como ceniza pálida.
En estos casos, no se busca lo que sobresale, lo que sobrepasa el horizonte más allá del punto en que el ojo deja de distinguir. La nieve, la ceniza, racionaliza todas las dimensiones y suaviza lo oculto como un velo.
Podría haber cavado más hondo, para encontrar dónde empezaban los brotes, si es que existían. Para encontrar los dientes enterrados, si es que existían. Porque, desde hace siglos, los dioses han hablado: el mito no tiene dragón.

Si encontráramos los dientes, nos sentiríamos orgullosos, como criminólogos, de que el mito esté vivo. Precisamente porque encontramos su cadáver o, en todo caso, sus restos dispersos: huesos o destinos petrificados, señales calcificadas, como la tiza que unas veces dibuja fábulas en el suelo y otras se deshace hasta convertirse en un polvo pálido que mancha.
Sin embargo, los dientes permanecen sólidos. Miles de años después siguen emanando.
De los dientes enterrados descubrimos verdades ocultas del pasado, como, por ejemplo, ayer, cuando se reveló que Pablo Neruda había sido asesinado envenenado hace cincuenta años.
Como si, seguramente, no lo supiéramos. La verificación ya está en el poema.

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Piedras nativas

Dicen que, antaño, los nativos eran muchos, pero ahora no hay ninguno.

Otra versión de la historia sugiere que la tierra se abrió y se los tragó. Exactamente igual que, una vez antes, los escupió al centro del mundo.

Además, los terremotos ocurren a diario en Tebas. Los abismos de la tierra se abren y todos se pierden en ellos.

Otros dicen que de las profundidades de Tebas brotan extranjeros.

Peregrinos de paso que llevan su lugar dentro.

Incluso cuando pierden el rumbo, encuentran algún lugar donde anclar su tacto. Entonces miran a su alrededor, y con sus ojos dibujan horizontes familiares. Y allí, respiran.

Es extraño que tanta gente encuentre su oxígeno en espacios sin aliento. Filtran el aire contaminado: siglos de carbono y magnesio, antiguas canteras de múltiples piedras terrosas. Es difícil distinguir qué ha sido tallado por los humanos y qué por el tiempo. Ruinas variadas.

¿Quién pensó alguna vez en la naturaleza como motor de producción de ruinas?

Y sin embargo. El tiempo nunca tuvo piedad de nadie. Pero el tiempo ha amado la dimensión espacial desde el principio. Y así, Tebas sigue siendo Tebas, con todos los desechos de la existencia exclusivamente suyos.

Liquen en la dispersiónde
piedras de mármol.
Qué vive hasta cuándo, quéen
este allí abandonado
toca?

Tebas siempre ha sido un lugar de paso. Aquí se distinguieron millones de viajeros de todos los recursos y sólo las piedras pueden considerarse autóctonas.
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Tres formas concretas de acercarse a Tebas

1.

Primero, desde arriba. Descendiendo por Kithairon, una cordillera legendaria, cuyos dominios se dividen entre reyes y pastores.
En el monte Fikyon es donde se suicidó la Esfinge. Nadie conocerá jamás su desesperación. ¿Sabes lo que significa perder un último secreto que vive en tu interior? Otros lo llamaron acertijo, pero para la Esfinge era su hijo, surgió de sus pliegues interiores.
Todos los suicidas del mundo son Esfinges. Cuando arrancas de su interior lo que aún no se ha contado, caen por un precipicio y se hacen añicos.

2.

La otra forma de acercarse a Tebas es llana. La perspectiva de las llanuras, de las líneas sin esquinas. Esto sólo pueden cartografiarlo las aves migratorias y los cables eléctricos de alta tensión.

Siempre expuesta desde todas partes, Tebas desarrolló el arte militar más elevado. Nivel de pensamiento.

Los ejércitos pueblan toda la historia de Tebas. De Kadmos a Alejandro, los conquistadores operaron a lo largo de la misma línea recta. Bajando desde el norte. Nunca al revés, salvo los atenienses. Por Tebas pasaron bizantinos, eslavos, arvanitas, turcos y germanos. Turistas, casi nunca.

Realmente, ¿por qué construir una ciudad en una llanura tan abierta? Todo el mundo te mira sin reparos. Todos te codician y te impregnan a lo largo de los siglos.

3.
Aunque nadie pueda soportarlo, existe una tercera vía: la subterránea.

No es que nadie abra túneles, pasadizos al inframundo. El suelo bajo la ciudad es muy duro. Nada brota de él.

Tebas siempre ha sido un pasadizo. Aquí se arrastraron por el barro millones de indigentes perdidos en la aporía. Sólo las piedras pueden considerarse nativas.

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